"DÉJAME ENTRAR" (SUECIA, 2008)Tomas Alfredson
SUTIL TERROR CONTEMPORÁNEOFuera de todo cliché popularizado por lo que hoy día denominamos “posmodernidad”, la sensibilidad y sutileza con la que Tomas Alfredson aborda este pequeño y hermoso cuento vampírico ubica el género fantástico en una nueva dimensión. Gracias a su pulcritud en el tratamiento del guión, el director sueco logra una fluida convergencia entre el género fantástico, el drama social y el romance infantil.
Una fría noche de invierno, en un suburbio de la gélida Estocolmo Oskar (Kare Hedebrant) y Eli (Lina Leandersson) se reconocen en su soledad y su tristeza y deciden entablar una secreta relación de amistad. Él es un niño de padres divorciados con graves problemas de sociabilidad y que sufre los malos tratos de sus compañeros, ella es un vampiro cuya condición le impide tener cualquier tipo de relación humana. Con este punto de partida, “Déjame entrar” desarrolla una tierna y original historia, nada pretenciosa, que bebe tanto del género terrorífico tradicional como del drama social actual. Esta situación provoca una combinación entre lo irreal y lo humano que, siguiendo la estela de “La Niebla” de Frank Darabont (2008), ubica nuevamente el género del terror en el campo de la reflexión social. En “Déjame entrar”, temas tan complejos como el acoso escolar, las relaciones familiares y la inocencia del amor son tratados con una delicadeza asombrosa. El director sueco presenta una situación concreta y deja al espectador sacar sus propias conclusiones, añadiendo así un gran valor al sentido metafórico de la historia. No hay nada sobrexplicado y mediante el film Alfredson mantiene un diálogo constante con la audiencia, invitándole así a interpretarlo como cada uno lo sienta.
Otro factor que hace que esta película sea única dentro del género fantástico es el tono poético con el que está enfocada. La narratividad del film provoca que a momentos el espectador olvide estar asistiendo a una película de terror. Claro ejemplo es el primer encuentro entre Oskar y Eli. Sobre la nieve que cubre la ciudad, ambos personajes confluyen en unos columpios totalmente desangelados. Son dos niños que por motivos diferentes no se adaptan a la etapa de infancia que deberían vivir y Alfredson nos lo muestra sutilmente mediante el espacio en el que ambos convergen. Todo parece destinado a la existencia secreta, a la introspección y al silencio, en correspondencia al deprimente escenario, casi congelado en el que se mueven los personajes.
Siguiendo con el tratamiento poético de la película, “Déjame entrar” es un leitmotiv que describe a la perfección el contenido del film. Haciéndose eco del carácter tradicional de la leyenda vampírica (estos no pueden entrar a una propiedad privada si no son invitados) Alfredson lo aplica en todas las situaciones mostradas a lo largo del metraje, tanto las fantásticas como las reales.
En “Déjame entrar”, la atmósfera es indisociable de la historia y los personajes. Para ello, el director sueco rueda rigurosos encuadres con una finura excelente que aportan una sobria fotografía a todo el metraje. Además, el sonido esta cuidadosamente tratado. Tanto los sonidos de la naturaleza como los sonidos humanos (un simple parpadear de ojos por ejemplo) enfatizan la importancia de los silencios, y no olvidemos que estamos ante una película de silencios. Todos estos factores demuestran la importancia que a dado el realizador sueco a la atmósfera transmitida en la novela.
En definitiva, nos encontramos ante una obra fina, delicada y deliciosa que encumbra el género de terror en una nueva esfera de contenido social y existencial, lo cual la convierte en uno de los acontecimientos cinematográficos del 2009.
"LAS HORAS DEL VERANO" (FRANCIA, 2008)
Olivier Assayas
LA AMBIGÜEDAD DE LOS VALORES FAMILIARESJunto a las magistrales "Still Walking" de Hirokazu Kore-Eda y "Un cuento de navidad" de Arnaud Desplechin, la sutileza de "Las horas del verano" confirma que el tema de la familia ha sido la protagonista de las obras más interesantes del 2008-2009. Desde una perspectiva temática, la película de Olivier Assayas nos muestra de forma simple pero brillante una profunda reflexión sobre el efecto del paso del tiempo en la descomposición de las raíces familiares, acarreando la definitiva desaparición de un estadio temporal que al fin y al cabo conlleva la disolución de un mundo particular.
Los caminos de tres hermanos de una familia burguesa que están en la cuarentena chocan cuando su madre, encargada de gestionar la excepcional colección de arte del s. XIX que perteneció a su tío, muere repentinamente. Los tres se ven obligados a entenderse y a limar sus diferencias enfrentándose juntos al fin de su niñez, memorias compartidas, orígenes y a la particular visión que tiene cada uno del futuro. Mientras la familia se desintegra, toda la colección de arte termina en un museo y la casa familiar se convierte en un espectro de lo que fue. Este hecho Assayas lo escénifica con gran estilo en la secuencia final en el que los sobrinos organizan una fiesta cuando ya está en venta. Un hogar que durante una época estuvo lleno de vida, acaba convirtíendose en un mero espacio físico vacío de toda esencia.
De esta forma, bajo la clara influencia de la lectura Proustiana que impregna toda la obra del director francés, Assayas crea una hermosa metáfora sobre el fin de una cierta clase y un cierto arte franceses ante los efectos de la globalización. Las obras de arte reunidas por Hélene son objetos vividos que juegan como símbolos del tiempo acumulados debido a un determinado gusto artístico, y lo que realmente se pierde en el duelo de la madre es la expresión del alma de una artista.
Los tres hermanos genialmente interpretados por Juliette Binoche, Charles Berning y Jérémie Renier son personajes perfectamente identificables por la mayoría de especatadores. Frédéric, el único que aún reside en Francia es quien más sufre por la desaparición de sus raíces. En cambio, Adrienne, exitosa diseñadora residente en New York y Jérémie ejecutivo definitivamente afincado en China muestran menos sensibilidad y evitan que el afecto emocional influyan en sus decisiones y se resignan con sorprendente frialdad a la pérdida de la esencia familiar.
Con un estilo formal sobrio y sin espectacularidad alguna, Assayas pone la cámara al servicio de la historia utilizando un tono acertadamente exento de irónia en su tratamiento. De esta forma, logra no caer en ningún momento en el drama intenso ni tampoco en el humor negro y crea una obra fluída, fresca y encantadora para disfrute y goce de todo buen aficionado al cine.